En su artículo titulado "Alianza de intereses" (El País Semanal), Juan José Millás señala que esta fotografía de una chica paquistaní, de Ali Imam, transmite tenacidad, descaro, indiferencia, miedo, desaliño, rebeldía, extrañeza...
Para Millás el rostro humano es "una combinación diabólica de sustantivos concretos (piel, labios, dientes, cejas, lóbulos, sienes...) y de sustantivos abstractos (belleza, inquietud, tesón, perseverancia, desasosiego, voluntad...)."
En su opinión somos "el resultado de un encuentro gramatical entre lo que se toca (el hígado, la pelvis, el riñón, las costillas...) y lo que se siente (la fealdad, la estupidez, la compasión, la belleza, la hermosura...)."
Este razonamiento de Millás me ha recordado el texto de Antonin Artaud que acompañó su exposición de dibujos en la galería Pierre Loeb, celebrada en 1947. Apunto aquí un fragmento:
El rostro humano es una fuerza vacía, un campo de muerte.
La vieja reivindicación revolucionaria de una forma que nunca se ha correspondido con su cuerpo, que querría ser algo distinto que su cuerpo.
Es absurdo entonces reprocharle su academicismo a un pintor que aún se obstine en reproducir los rasgos del rostro humano tal como son; porque tal como son todavía no encontraron la forma que ellos indican y denotan; y no hacen más que bosquejar, de la mañana a la noche, y en el medio de diez mil sueños, machacados como en el crisol de una infatigable palpitación apasionada.
Lo que significa que el rostro humano todavía no encontró su cara, y que depende del pintor que se le conceda una. Pero esto significa que la cara humana tal cual es está aún explorando con dos ojos, una nariz, una boca y dos cavidades auriculares que corresponden a los agujeros de las órbitas como las cuatro aberturas de la bóveda sepulcral de la muerte próxima.
El rostro humano muestra, en efecto, una suerte de muerte perpetua sobre su rostro de la cual el pintor puede salvarlo devolviéndole sus propios rasgos.
Hace mil y mil años que el rostro humano viene hablando y respirando y uno todavía tiene la impresión de que no ha empezado a decir lo que es y lo que sabe.
Traducción de Martín Caparrós y Christian Ferrer. Artefacto/1. 1996.
Creo que lo comprobamos una y otra vez. A pesar de haber sido representado millones de veces, por pintores o por fotógrafos, parece que el rostro humano apenas ha empezado a decir lo que sabe. Y para comprobarlo, no hay más que mirar el rostro de esta niña mientras se piensa en las palabras de Millás o Artaud.