Soy bella, oh mortales, como un sueño de piedra,
Y mi pecho, que a uno tras otro ha martirizado,
Está hecho para inspirar al poeta un amor
Eterno y mudo igual que la materia.
Reino en el cielo como una esfinge incomprendida;
Uno un corazón de nieve a la blancura de los cisnes;
Odio el movimiento que desordena las líneas,
Y nunca he llorado, y nunca he reído.
Los poetas, ante mis gestos altivos,
Que parecen tomados de los más audaces monumentos,
Consumirán sus días en austeros estudios;
Pero tengo, para fascinar a estos dóciles amantes,
Puros espejos que hacen todo más bello:
¡Mis ojos, mis grandes ojos de eterna claridad!
“La belleza”. En BAUDELAIRE, Charles: Las flores del mal, 1857.
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